Grito llamando a alguien pero no veo a quien.
“Estoy solo…”
Nadie viene al valle del zorro.
Camino por la colina moteada de flores, oleadas de viento las agitan y liberan sus fragancias.
Estoy inmerso en una neblina.
Exhausto y cabizbajo levanto la mirada hacia el camellón de la avenida, hay un árbol de amplias ramas que cruzan la calle y dan sombra en la parada donde me encuentro.
El autobús se detiene con el rechinido de los frenos y la vibración de sus láminas; el aire comprimido silba y se abre la puerta. Pago el pasaje y camino por el pasillo que resplandece a la luz de las ventanas, cada línea áurea inhala alejando su brillo de los asientos, y exhalan suavemente devolviendo la intensidad de su rayo. Todos excepto uno, aquel donde estás tú con tu mirada abandonada en el vacío; me acerco buscando tus ojos verdes pero te rehúsas a verme. Me siento a tu lado y te tomo de la mano.
—Te extraño. —dices.
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